Rey Divino los chalacos te venimos a implorar porque tú eres el patrono de este puerto "Señor del Mar"

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Relación del Terremoto
Que arruino a Lima e inundo al Callao, el 28 de
Octubre de 1746, escrita por el Padre Pedro Lozano
De la Compañía de Jesús

El 28 de Octubre de 1746 como á las diez y media de la noche, se sintió en Lima un temblor de tierra, tan violento, que en menos de tres ó cuatro minutos de duración, ha sido enteramente arruinada la ciudad. Fue tan repentino el mal, que nadie tuvo el tiempo de ponerse en seguro: y fue tan universal el estrago, que nadie pudo evitar el peligro con la huida. Han quedado solamente en pié veinte y cinco casas; y sin embargo, por una protección particular de la providencia, de sesenta mil personas de que se componía la ciudad, no pereció más que la duodécima parte, sin saberlos que se vieron libres como salieron del peligro; y así miran la conservación de sus vidas, como una especie de milagro.

Pocos ejemplos se hallan en las historias de un suceso tan lastimoso: y es difícil que la imaginación más viva pueda llenarla idea de semejante calamidad. Represéntese V. R. todas las iglesias demolidas, y generalmente arruinados los otros edificios. Veinte y cinco casas que resistieron al estremecimiento, quedaron tan maltratadas, que es preciso acabar de abatirlas. De las dos torres de la Catedral, la una cayó hasta la altura de la bóveda de la iglesia, la otra hasta el paraje adonde están las campanas; y lo demás que queda, está en muy mal estado; por que desgajándose sobre la iglesia las dos torres, demolieron sus bóvedas y capillas hasta donde alcanzaron, fuera de las otras que por si mismas se rindieron, y es necesario un desmonte general para reedificarla.

A su semejanza sucedió lo mismo á las cinco magnificas iglesias, que tenían diferentes comunidades. Las que más han padecido son las de los padres Agustinos, y de los padres de la Merced. En nuestro gran Colegio de San Pablo se rindieron enteramente las torres de la iglesia, la bóveda de la, sacristía y una parte de la capilla de N. P. San Ignacio. La ruina ha sido casi igual en todas las otras iglesias de la ciudad, y llegaban al número de sesenta y cuatro, contando las capillas públicas, monasterios y hospitales. Aumentan el sentimiento, y el dolor, la grandeza, y magnificencia de casi todos los edificios, pudiendo entrar en paralelo con los más soberbios en este género. Había en las iglesias riquezas inmensas en pinturas, vasos de oro y plata, guarnecidos de perlas, y piedras preciosas; y añadía nuevo primor y precio al material, lo delicado del buril. Es digno de observar, que en las ruinas de la Parroquia de San Sebastián, se ha hallado el Viril de la sagrada Hostia echado en tierra fuera del Tabernáculo, que se mantuvo firme, sin que la sagrada Hostia haya padecido lesión alguna. Lo mismo aconteció en la Iglesia de los Huérfanos, donde se quebraron los rayos y el cristal, y la Hostia quedó entera.

Los claustros y celdas de las Comunidades Religiosas de ambos sexos, quedaron totalmente inhabitable. En el Colegio nuestro de San Pablo, los cuartos nuevos que acaban de ser edificados, están llenos de aberturas, y los cuartos antiguos se hallan aun en peor estado. La casa del Noviciado, su Iglesia y Capilla interior, están enteramente por los suelos: la Casa profesa está también inhabitable. Habiendo uno de los padres saltado por la ventana, por no ser sepultado bajo de las ruinas de la Iglesia, se quebró un brazo en tres partes distintas. La caída de los grandes edificios arrastró tras sí la ruina de los pequeños y llenó casi todas las calles de la ciudad de casquijo, y fragmentos. En el susto excesivo, que se apoderó de todos los habitantes, buscaba cada uno su remedio en la huida; pero unos eran sepultados debajo de las ruinas de sus casas, y otros corriendo por las calles, eran oprimidos con la caída de las paredes; estos, con los estremecimientos de la tierra, eran transportados de un lugar á otro, y no padecieron sino algunas ligeras heridas: aquellos en fin conservaron la vida, por la imposibilidad en que estaban de mudar de sitio.

El magnifico arco triunfal, que había construido sobre la Puente el Excelentísimo Señor Marqués de Villa García, Virrey del Perú, en lo alto del cual había colocada una estatua ecuestre de Felipe V., á pesar de la majestad y riqueza de su arquitectura, cayó en tierra y fue reducido casi á polvo. El palacio del Virrey, que en su grande recinto contenía las Salas de la Real Audiencia, el Tribunal de Cuentas, Caja Real y demás oficios de la dependencia del Gobierno; han quedado sin habitación, ni oficina capaz de subsistir. El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición está imposibilitado á seguir el curso de su despacho, arruinadas enteramente las viviendas de sus casas y su magnifica capilla pública. La Real Universidad, los colegios, y otros edificios de consideración, sirven solamente de funesto espectáculo y de triste recuerdo de lo que fueron. Tanta magnificencia abatida y tanta riqueza sepultada, es motivo de un continuo llanto; y en medio de tantos estragos, se ven los habitantes necesitados á alojarse en las Plazas, ó en los Jardines. No sabemos si será preciso reedificar la Ciudad en otro paraje, siendo sin duda su primera situación mas cómoda para el comercio, por que está tierra adentro lo bastante, y no lejos del mar.

¡Que dolor, y compasión no sienten los corazones, al ver desolados casi todos los Monasterios de Religiosas sin albergue las Monjas, consumidas ya las fincas de su mantención, cuyo principal fondo eran los censos sobre las casas de la ciudad, sin mas amparo, que el que pueda ministrarles el abriga da los parientes ó la caridad de los piadosos!.

Les ha dispensado la autoridad Eclesiástica todas las licencias necesarias para aprovecharse de la piedad de los fieles. Las Recoletas han querido quedar en sus Monasterios arruinados, abandonándose en todo á la divina providencia. En solo el pequeño Monasterio del Carmen de la reforma de Santa Teresa, doce Religiosas, de las veinte y una que lo formaban, perdieron sus vidas; entre ellas la Priora, dos Legas y cuatro criadas. En la Concepción murieron dos Religiosas; y una sola en el gran convento de las Carmelitas. En los conventos de los padres Dominicos, y de los Agustinos, quedaron sepultados trece Religiosos, dos en el convento de San Francisco y dos en la Merced. Es muy de entrañar, que siendo tan numerosas las referidas Comunidades, haya sido tan corto el número de los muertos.

En nuestro Noviciado perdieron la vida muchos esclavos, y domésticos; pero ningún padre de los que habitaban en las diferentes casas, que teníamos en la ciudad. Tuvieron la misma dicha los padres Benedictinos, Mínimos Agonizantes, y los religiosos de San Juan de Dios. En el Hospital do Santa Ana, fundado por el primer Arzobispo de Lima, para los Indios de ambos sexos, sesenta enfermos fueron sepultados en sus mismas camas, por los cubiertos de las grandes salas de sus distintos alojamientos. Sube casi á cinco mil el número total de los que perecieron. Así lo asegura la relación, que parece la mas verdadera de las que se han publicado, por lo menos reina en ella mucha sinceridad, y concuerda mejor entre si con las diferentes relaciones que han ido a Europa.

Entre los muertos son pocas las persones distinguidas; entre ellos se cuentan Don Martin de Olavide, su mujer, y su hija, que habiendo salido de su casa, y hallándose en la calle, cayó sobre ellos un gran pedazo de pared. Pudo Don Martin salir de debajo de las ruinas: pero informado que su mujer, á quien amaba tiernamente, había muerto, murió él también de pena, y dolor. Añade según parece, nueva desgracia á este triste suceso, una singular circunstancia. Pereció este caballero, por que buscó otro asilo; nada malo le hubiera sucedido, si se hubiera quedado en su casa, por que es una de las pocas que se mantienen en pié. No han podido ser enterrados en sagrado todos los muertos.

Nadie se atrevía á acercarse á las iglesias, por el temor de los nuevos vaivenes, que se sucedían los unos á los otros y se tomó la providencia de abrir grandes hoyos en las plazas y en las calles. Pero para remediar cuanto antes á este inconveniente;  convocó el Virrey la Cofradía de la Caridad, la cual con la asistencia de los que cuidan de la limpieza de las calles, y demás reglamentos de la policía, se encargó de llevar los cuerpos muertos á las iglesias seculares y regulares, y con extrema diligencia cumplió con su comisión, para librar á la ciudad de la infección, con que estaba amenazada. No dejó este trabajo de costar la vida a muchos por el olor de los cadáveres: y se temió con razón, que se seguirían grandes enfermedades, y quizá una peste general, por haber mas de tres mil muías y caballos podridos debajo de las ruinas, sin haber sido posible sacarlos hasta ahora. Añádase á lo dicho, la fatiga, las incomodidades, el hambre que se padecieron en los primeros días, estando todo en confusión, y no habiendo quedado en pié siquiera un granero, ó pésito de las cosas necesarias á la vida.

Pero fue incomparablemente mayor el daño en el Puerto del Callao, donde en la misma hora se sintió el terremoto sumamente violento. Resistieron á su primer ataque algunas torres, y una parte de las murallas; pero media hora después, comenzando los habitantes á respirar y recobrarse, se entumeció el mar, se elevó á una prodigiosa altura y se precipitó con horrible estruendo sobre la tierra, sumergiendo los mas grandes Navíos, que se hallaban en el puerto; y elevando algunos por encima de las murallas y torres, los llevó á varar mas adelante de la población: y desencajándole á esta desde los cimientos cuanta en ella había fabricado de casas, edificios, y murallas, a excepción de las dos grandes puertas y tal cual lienzo de la fortificación, que para padrón de la desgracia se dejan ver monumentos funestos de su memoria, anegó á todos los moradores de aquel vecindario. No se distingue el lugar donde estuvo la ciudad, sino por las dos grandes puertas y algunos grandes lienzos de la muralla, que todavía subsisten. Había en el Callao seis casas de religiosos, de los padres Dominicos, de los padres de San Francisco, de la Merced, de los Agustinos, Jesuitas y de San Juan de Dios. Actualmente se hallaban seis padres Dominicos de Lima en el convento del Callao, todos sujetos de un mérito distinguido, ocupados en el Octavario de desagravios al Señor, que de algunos años antes habían entablado por este tiempo. Otros no menos conocidos por sus letras, y virtudes, de la Religión de San Francisco, habían pasado al Callao á esperar al padre Comisario General de su Orden, que había de desembarcar el día siguiente, y todos perecieron lastimosamente. En una palabra, de todos los religiosos que habían en la ciudad, solo el padre Ampo, Religioso Agustino, salió con vida.

El número de los muertos, según las relaciones más auténticas, llega á siete mil, entre vecinos 3, extraños; y no llenan el número de ciento los que se libraron. Por las diligencias que mandó hacer el Señor Virrey, se puede hacer el cómputo, que en el Callao y en Lima murieron más de once mil personas. Se ha sabido por algunos de los que se salvaron, que muchos habitantes del Callao, habiendo podido coger algunas tablas, habían luchado mucho tiempo con las aguas; pero que al fin fueron rotas las tablas por el furor de las olas. Refieren también, que los que estaban en la ciudad, viéndose repentinamente rodeados del mar, se atolondraron de manera, que no pudieron hallar las llaves de las puertas de tierra: y aunque las hubieran abierto ¿de que les hubiera servido, sino de perecer más presto, dando entrada y mayor corriente á las aguas? Se arrojaron algunos de encima de las murallas para ganar algún barco; entre otros el padre Iguanco, Jesuita, halló modo de aportar al navío llamado el Asombro, cuyo Contra-Maestre, movido de compasión, hizo todos sus esfuerzos para socorrerle, pero a las cuatro de la mañana, sobreviniendo una nueva montaña de agua, que rompió las anclas, fue echado el navío con violencia en medio del Callao, y allí pereció el padre.

En los intervalos en que bajaban las aguas, se oían gritos lastimosos, y muchas voces de eclesiásticos y religiosos, que animaban con fervor á sus hermanos, para que se encomendasen á Dios. No se puede bastantemente elogiar el celo heroico del padre Alfonso de los Ríos, Ex Provincial de los padres Dominicos, que á pesar de la espantosa confusión; viéndose en estado de salvar su vida, no lo quiso hacer, diciendo: Que ocasión mas favorable puedo hallar para ganar el Cielo, que perdiendo la vida para ayudar á este pueblo, y por la salvación de tantas almas. Pereció en el naufragio universal, llenando con una caridad tan pura y tan desinteresada los ejercicios de su ministerio. Como habían las aguas subido mas de una legua nías allá del Callao, muchos que se habían huido hacia Lima, fueron sobrecogidos de las aguas, y se anegaron en medio del camino. Eran hasta veinte y tres las embarcaciones que se hallaban en el Puerto, entre grandes y pequeñas: diez y nueve de ellas naufragaron, y las otras cuatro vararon muy adentro de tierra. Habiendo el Virrey despachado una Fragata para reconocer el estado de los Navíos, no pudo salvar más que la carga del Navío el Socorro, que consistía en trigo y sebo, que fueron de mucho provecho para Lima. Se procuró también sacar algunos víveres del Navío de guerra el San Fermín; Pero fue imposible. En fin, para conocer cual fue la violencia del mar, basta de«ir que transportó la iglesia de los Padres Agustinos, casi toda entera, á una Isla distante, donde se vio después. En otra Isla llamada del Callao, donde trabajaban los forzados en sacar piedras, se hallaron los pocos que escaparon del naufragio, después se bajaron las aguas y envió al punto el Virrey barcos para conducirlos á tierra.

La pérdida que padeció el Callao es inmensa, por que las grandes bodegas, en que se depositaban los frutos que abastecen la ciudad de Lima de trigo, sebos, aguardientes, jarcias maderas, hierro estaño y lo demás que se conduce de fuera, estaban bien cargadas de ellos. Añádanse los muebles, y adornos de las iglesias, que eran sobresalientes, en alhajas de plata y oro. En las Atarazanas, y Almagacenes reales, sube á una suma considerable la pérdida efectiva; y no cuento el valor de las casas y edificios, ni el importe de las fincas. Parecerá increíble á cualquiera, que no conoce la opulencia de este reyno; por el cálculo que se ha hecho para restablecer las cosas en su primitivo estado, no bastarían seiscientos millones. Mientras en aquella triste noche perecían realmente los del Callao, ahogaba á los de Lima la aprehensión del riesgo y la congoja del temor, con la' repetición de los temblores, continuaron por toda ella, haciéndola de interminable duración, por que no cesaban los estremecimientos de la tierra. Toda su esperanza se reducía á la ciudad del Callao donde se prometían asilo y asistencia. Llegó pues su dolor, y sentimiento á una verdadera desesperación, luego que tuvieron noticia que ya no existía. Los primeros que informaron de su ruina, fueron los soldados, que había enviado su Excelencia á saber lo que pasaba en la costa. Jamás se vio consternación igual á la que se esparció entonces en Lima Se miraban todos como perdidos sin remedio: continuaban siempre los temblores, y hasta el 29 da Noviembre se contaron más de sesenta, de los cuales algunos habían sido muy fuertes. Dejo á la consideración de V. R., como estarían los ánimos y el corazón de todos en tan extrañas circunstancias.

El día siguiente á noche tan funesta, se repartieron los predicadores, y los confesores en todos los cuarteles, para consolar á tantos miserables, y exhortarlos á aprovecharse de tan terrible castigo, para reconciliarse con Dios por medio de la penitencia. En todas partes se mostraba el Virrey el Excelentísimo Señor Don José Manso de Velasco, consolando sin cesar á sus infelices ciudadanos. Se puede decir con verdad, que fue providencia particular de Dios, el haber dado á Lima en su desgracia un Virrey tan lleno de celo, de actividad, y de fortaleza. Manifestó en esta ocasión talentos superiores, y prendas muy sobresalientes. Todos únicamente le hacen esta justicia confesando, que sin las providencias que tomó, hubieran perecido los habitantes que habían quedado con vida. Se habían perdido los víveres, que se esperaban del Callao, y en Lima estaban destruidos los hornos; y los conductos de agua para los Molinos se habían cegado.

No se desconcertó la firmeza del Virrey en tan urgente peligro. Envió orden á todas las justicias de las provincias vecinas, para que cuanto antes hiciesen conducir los granos, que pudiesen hallar. Juntó á todos los panaderos, y los hizo trabajar día y noche en reparar los hornos y los molinos. Hizo limpiar los acueductos y fuentes, para que no faltase el agua. Dispuso que se vendiese carne como antes del estrago; y encargó á los dos Cónsules que velasen sobre la ejecución de sus ordenanzas. Entre tantos cuidados, no se olvidó del servicio del Rey nuestro Señor. Habiendo hecho sacar de debajo de las ruinas las armas que pudo, envió Oficiales al Callao para que se salvasen los efectos reales, y puso guardias en la casa de la Moneda, para que no se robasen el oro y plata que en ella había. Habiendo recibido aviso, que las costas estaban cubiertas de cadáveres y que estaban sin sepultura, que el mar echaba en ella una cantidad prodigiosa de muebles y de bajilla de oro y plata, dio al punto sus órdenes para que fuesen enterrados los cuerpos, y mandó á los oficiales que recogiesen y formasen una lista exacta de todos los efectos, para que después reconociese cada uno lo que le pertenecía. Mandó, só pena de la vida, que ningún particular tomase cosa alguna en la costa, y para hacerse obedecer en un punto tan importante, hizo levantar dos horcas en Lima, y otras dos en el Callao; y algunos ejemplos de justicia dados en tiempo oportuno, detuvieron á todos en el debido respeto.

Desde la pérdida de la guarnición del Callao, no tenia el Virrey mas de ciento y cincuenta soldados de tropa reglada y otros tantos milicianos: sin embargo no dejó de doblar las centinelas en todas partes, para reprimir la insolencia del pueblo; y principalmente la de los negros y esclavos. Formó tres patrullas diferentes, y las hizo rondar continuamente por la ciudad, para prevenir los robos, las querellas y las muertes, que en tal confusión suelen acontecer. Otra de sus atenciones fue, el impedir que se páliese á los caminos á comprar el trigo que llegaba á la ciudad. Mandó que todo se llevase primeramente á la plaza, só pena de decientas azotes á cualquiera del pueblo, y de destierro do cuatro años á los otros. Todas estas disposiciones tan prudentemente pensadas, y vigorosamente ejecutadas, mantuvieron el buen orden.

En fin el último día de Noviembre a las cuatro y media de la tarde, entre tanto que se hacia la procesión de Nuestra Señora de la Merced, se esparció en toda la ciudad el rumor falso, que llegaba ya el mar á sus contornas. Corría la gente en tropas confusas, sin libertad ni destino, a buscar los cercanos montes; unos se apresuraban hacia el monte de San Cristo val, otros al monte de San Bartolomé, y en ninguna parte se tenían por seguros. Salieron muchos religiosos de sus claustros por el temor de una próxima sumersión huían con el pueblo, y nadie pensaba sino en salvar la vida. No obstante, en tan general consternación, murió solamente uno, y fue Don Pedro Landro, Tesorero mayor, cuyo caballo cayó y le mató. El Virrey no habiendo recibido aviso de la costa, comprendió que el terror era pánico. Se quedó pues, en medio de la plaza, donde habla establecido su habitación, y procuró persuadir á todos que no tenían que temer. Huían sin embargo precipitadamente, y tuvo que enviar soldados á detener el pueblo; pero todo fue en vano. Fue pues en persona, y habló con tanta autoridad y confianza, que al punto le obedecieron todos, y volvió cada uno de donde había salido.

Algunos Monasterios de Religiosas, que tienen sus rentas sobre la caja real, se valieron de su Excelencia para representarle el triste estado á que estaban reducidas. Le rogaron que mandase á, la justicia, que velase sobre su defensa para librarlas de todo insulto. Esta petición y muchas otras de la misma naturaleza, empeñaron al Virrey á dar orden que se hiciese una lista general de las reparaciones más urgentes y necesarias, para que viviesen los habitantes con seguridad. Quiso también que se formasen planes, y diseños para reedificar la ciudad; y estuvo en ánimo de hacer edificar las casas con tanta solidez que pudiesen resistir á semejantes temblores. Fue encargado de esta obra el Señor Godin, de la Academia Real delas Ciencias de Paris, enviado por el Rey de Francia á descubrir la figura de la tierra. Ocupa algún tiempo ha por orden del Virrey, la Cátedra de Prima de Matemáticas hasta que pueda hallar ocasión de volverse á Francia.

Lo que mas embarazaba á su Excelencia en las circunstancias de una guerra actual, era el fuerte del Callao, siendo como la llave de este Reyno, y así habiendo provisto suficientemente á Lima, pasó con el Señor Godin al Callao, á escoger un terreno, en que se pudiesen construir fortificaciones, capaces de detener al enemigo, y establecer Almagacenes suficientes, para que no se interrumpiese el comercio. Finalmente, causó el terremoto grandes estragos en todo el contorno; por un lado hasta Cañete, y por el otro hasta Chancay y Huaura. Aquí cayó el puente aunque de sólida arquitectura; pero siendo el caso muy frecuentado, mandó su Excelencia, que al punto se reedificase. No sabemos todavía lo que ha sucedido en los otros parajes vecinos á Lima y al Callao, y esperamos relaciones que nos informen de sus particularidades.

Terremotos
Colección de las Relaciones de los más Notables que ha Sufrido esta Capital y que la han Arruinado.
Va precedida del plano de lo que fue el Puerto del Callao antes que el mar lo inundase en 1746 y de un Reloj Astronómico de Temblores.

Colectadas y Arregladas por el Coronel de Caballería de Ejercito D. Manuel de Odriozola.
Lima - 1863
Tipografía de Aurelio Alfaro. Calle 6ª de la Unión (antes Baquíjano) Nº 317. Páginas Nº 36 al 47.

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