Rey Divino los chalacos te venimos a implorar porque tú eres el patrono de este puerto "Señor del Mar"

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» La Tragedia de 1746

Carta que escribió el Marques de
Obando a un amigo suyo, sobre la inundación del Callao,
Terremotos y Estragos causados por ellos en la
Ciudad de Lima

Carísimo amigo mío: Siendo mi ánimo satisfacer tu curiosidad en lo mas extraordinario de los sucesos que me han acaecido después que me separé de tu amable vista; merece la atención el que voy á referir, donde encontrarás con bastante novedad un secreto de accidentes, que piadosa la divina providencia me hizo padecer por medio de la naturaleza y de sus criaturas; por todo lo cual le debo dar muchas gracias.

El 28 de Octubre de 1746, día de los Santos Apóstoles San Simón y Judas, hallándome en Lima á las diez y media de la noche, sentado á la mesa en punto de principiar la cena, sentí que todo el techo de la sala se removía con poco y sutil ruido, conociendo era temblor de tierra; y habiendo yo despreciado otros mayores, quiso la providencia divina, que en esta ocasión no lo ejecutase levantándome con tal velocidad, corriendo fuera de la sala y antesala á un descubierto, aunque rodeado de inmediatas paredes y altas, cerca de un rancho construido de palos y cañas para refugio de terremotos; de modo, que apenas salí por la última puerta de la vivienda principal, cuando se vino á tierra con toda la fachada, teniendo la satisfacción de fijarme para este accidente á observar con menos riesgo, y ánimo tranquilo los terribles movimientos de la tierra, que parecía abrirse, sacudiendo con menuda y extraordinaria velocidad los edificios; á el modo que una bestia robusta se sacude el polvo de su lomo, y así no podía mantenerme en pié fijo. Observé que el mayor ímpetu venia del Norueste; y que en seis minutos de tiempo, á corta diferencia se me hablan venido á plomo los principales techos y paredes dela casa, con el cuarto de dormir y la sala donde esperaba la cena.

Componiase la familia de quince ó diez y seis personas de todas edades y calidades repartidas en varios alojamientos, siendo la casa de mas que mediana extensión, y cada uno de los expresados individuos fue reservado de la misma providencia, sin haber arbitrio de socorrerse unos a otros, confundidos entre la espesura del polvo y su mismo pavor sin embargo de que favorecía la luna. Suspendióse la furia de estos movimientos, y se dejaron sentir los clamores y llantos tan lamentables como se puede injerir, buscándonos unos á otros para socorrernos entre el laberinto de aquellas ruinas, y así fui juntando toda mi familia, y hallé que solo un negrillo se había lastimado levemente, Condújelos á una espaciosa huerta de la misma casa, y obligándoles á callar mi respeto, para hacerles entender lo que convenía, dimos gracias á Dios. Los clamores de toda la ciudad, entre las nubes del polvo, y lo que había observado en mi propia casa, me hicieron ver la desgracia universal como en un mapa, hasta las futuras consecuencias con la falta de mantenimientos á el siguiente día.

Esta reflexión, y las faenas que ya premeditaba me indujeron á solicitar la cena que para todos estaba prevenida y se encontró inservible. Esta diligencia de procurar el sustento, cuando no hay apetito, en los que han experimentado fuertes y largas tormentas seria una especie de escándalo en esta ocasión á todos los que después lo entendiesen. Movido del celo de emplearme en tan funesta ocasión á favor del público, agradecido del divino, y acordándome de que tenia en mía alacena algunos frascos de agua de la Reyna de Hungría, pareciéndome contra caridad enviarlos á buscar á tanto riesgo sobre la dificultad de encontrarlos otro, lo ejecuté y logré con notable trabajo y sobrada fortuna. A expensas de este corto auxilio mandé me siguiesen los tres mas robustos de mi familia y partí inmediatamente á socorrer á las Religiosas Mercedarias Descalzas mis vecinas; y aunque encontré franqueadas todas sus paredes, y procuré por ellas á voces darles á entender mi buena disposición á los fines, observé un total silencio por todas partes, y bastante horror al querer penetrar por lo interior de la clausura, dejándome con alguna tranquilidad el accidente de haber encontrado al sacristán; y persuadido á que toda la comunidad se había amparado de la huerta; pasé al convento de Santa Clara, y haciendo las mismas diligencias sin mas efecto, encontré al Capellán, y suplicándole me acompañase para penetrar a lo interior donde recelaba mayor el riesgo, por ser este convento de tanta estención que incluiría cerca de mil, entre religiosas y seglares, no lo pude conseguir del expresado, y sin su auxilio me parecía la práctica imposible, si no descubría urgente la necesidad en los lamentos. Fatigado ya de trepar ruinas y distancias, volví á mi huerta y solar, donde haciendo nuevo reconocimiento, hallé no haber perecido ninguno de mis caballos y mulas del tiro, pues aunque se arruinó toda la caballeriza, quiso la providencia contra la costumbre, 'que todas las bestias se hallasen en los corrales á la sazón, y siguiendo igual fortuna con las aves, se manifestó completa en Dios, que nos reservó hasta la mas mínima criatura.

Pareciéndome que no cumplía á tan manifiesta obligación, sino continuaba en las obras de caridad, á que me había movido, hice diligencia, y conseguí poder ensillar un caballo y una mula, y montando en el primero, seguido de un criado, venciendo las dificultades de salir por las ruinas, y lo inaccesible de las calles, embarazadas de techen, puertas, balconea y muebles, llegué á el Palacio y encontrando franca la puerta del patio principal; y en él al Secretario D. Diego de Esteles, le sorprendió como imposible el encuentro y halló mayores dificultades en encontrar quien me condujese al Jardín, donde sabia con certidumbre que permanecía indemne nuestro Virrey, esperando hasta la siguiente mañana, que suspendida la repetición de temblores tuviesen lugar las providencias. Satisfecho de esta noticia pasé en solicitud del Señor D. Andrés de Munive, Arcediano y Provisor, persona venerable, y verdaderamente el oráculo de Lima, que sobre anciano, se hallaba enfermo, y tuve el gusto de encontrarle libre sobre las mismas ruinas con su familia inmediato al solar, sin necesidad de mi auxilio.

Pasé á la casa del S. Conde de las Torres, quien se hallaba en España, y no habiendo encontrado á la Señora Condesa, ni persona de su familia en ella, di á corta distancia con el Teniente de Navío D. Juan Bautista Bonét, á quien rogué la buscase y sirviese, como lo hizo hasta dejarla situada en la plaza mayor. De allí pasé en busca del Señor D, Alvaro Bolaños, Decano de la Audiencia, á quien encontré del mismo modo á corta diferencia que al Señor Munive; y en esta conformidad fui encontrando varias familias de Señores y particulares ayudándoles en cuanto me era posible á evitar los riesgos con la elección de los parajes, donde amenazaban menos, y no había pedido distinguir su misma confusión, especialmente la plebe barajada á pelotones. Finalmente encontré la mayor desgracia en la casa de los Señores Conde de Villanueva del Soto, y D. Pablo de Havide; cuyo parentesco les consideraba de una misma familia, por ser la mujer del primero hermana de la madre del segundo y todos se hallaban juntos en la casa del Conde; pero habiendo sucedido el Terremoto al tiempo de retirarse, les cogió en la calle, y fueron los mas sepultados entre las ruinas, donde perecieron Padre, Madre, y una hermana de D. Pablo, y por fortuna sacaron vivas á la Condesa á Doña Micaela con una pierna rota, y Doña Josefa sin lesión alguna, pero las tres sin sentido, casi mortales; eran las dos hermanas de D. Pablo y de gallardo parecer y espíritu, en que se distinguía esta numerosa familia, que se vio á un tiempo á punto de extinguirse y fue necesaria la animosidad de D. Pablo, para moderar la tragedia, socorriendo á los que daban señales de vida, cuando llegué á tiempo de contribuir con la agua de la Reyna, que llevaba conmigo, y sirvió bien á propósito.

Como la mayor necesidad consistía en médicos y confesores, partí en busca de ellos á voces por todas partes, pero en vano, porque estos mismos necesitaban de otros, y á todos pedían lo mismo, sobre no haber quedado boticas, y así llegué otra vez á Palacio por ver si de la guardia podía sacar quien me ayudase, pero no hallé tan solo un soldado en su cuerpo; y aunque volví á emprender la vista del Señor Virrey para informarle, no fue posible; pero lo hice segunda vez al Secretario en el mismo sitio. Era ya cerca del amanecer cuando me retiraba de estos ejercicios fatigado de ver tan inútiles mis deseos, y admirado como confuso, de ver como en una ciudad tan numerosa solo á mi hubiese dejado la providencia capaz de este mérito y es lo que mas me empeñaba temeroso del cargo. No hay hipérbole que llegue á significar tanta tragedia en tan corto tiempo. Los clamores á la divina misericordia, y lamentables llantos alternaban con la repetición de temblores, confundiendo las quejas de los heridos, para que fuese mayor su desgracia, sin poder distinguir los que gemían sepultados ó presos como en cavernas, pidiendo socorro en los últimas alientos, y así perecieron muchos; y de estos pareció á los tres días una mujer con su criatura a los pechos, ambos vivos.

Los temblores se anunciaban por unos ruidos subterráneos, que parecía abrirse la tierra en cada uno, pero ya no correspondía á tanto el movimiento, aunque aumentaba el pavor con el estruendo modulado,  y repetido por algún tiempo. Amaneció el día 29, y no con tanta razón se pudo decir, aquí fue Troya, como pareció el pavimento de Lima. Viéronse mezclados entre muertos heridos y sanos sobre las ruinas y plaza, tantos misioneros, como vivientes, apelando todos á librar las vidas en fuerza de milagros, sin los auxilios de sus propias diligencias, lo que me puso en notable desconsuelo y casi indignación en medio de la lástima. Todos contribuían con medios espirituales, ningunos políticos y propios al remedio personal. Parece que no podía llegar á mayor extremo la desgracia, pero no fue así. Cerca del medio día llegaron algunos individuos del Callao refiriendo su tragedia con tanto mayor, exceso que nos dejó mudos sino consolados; pues habiendo acaecido á la misma hora de las diez y media lo que se ha referido de Lima sobrevino á media hora después un golpe de mar con tanto ímpetu y elevación por la parte del Norueste, que perdiendo su presa las anclas de los cuatro mayores navíos que se hallaban en el puerto, fueron arrojados por encima de todo el presidio á varar mas de un tiro de cañón distantes, á la parte del Sureste los dos.

Uno quedó dentro de la plaza, y otro á un lado con carga de trigo, que sirvió al propósito. De los dos primeros fueron la Fragata San Fermín, de guerra, y porte de treinta cañones, en que yo había hecho aquella campaña á la retirada de mi Presidencia de Chile. Hallabanse en ella de guardia algunos marineros, que viendo varada la Fragata la abandonaron, y vinieron á buscarme informando del suceso, los que inmediatamente remití al S. Virrey para el mismo fin con mi oficial de órdenes D. Jaime de San Justo. Este furioso golpe de mar acabó de arrancar y barrer hasta los cimientos de murallas, casas y templos, donde apenas quedaron algunas señas distinguidas de sus pavimentos ladrillados. Suspendió la artillería de veinticuatro que estaba en batería fuera de la muralla; y arrojó dentro alguna parte esparciendo toda la demás de varios calibres á mucha distancia de aquel plano, y de esto se puede inferir el ningún recurso que pudieron encontrar los vivientes; que por el cómputo prudencial perecieron hasta cinco mil, y se libraron treinta con un frayle sobre un pedazo de muralla tan baja, quo parece imposible en lo natural habiendo pasado los Navíos; pero estos y otros prodigios han quedado inaveriguables objetos de la admiración. Yo pasé á reconocer aquel sitio, y lo demás concerniente a mi empleo en los despojos que se pudieron descubrir, mirando con horror tanto cadáver de ambos sexos en el molo mas violento que es imaginable á un racional. Con mucha dificultad encontré el solar de mi casa que tenia bastante moblada, y proveida de todo lo necesario para las campañas, con mucha parte de mi plata labrada á el cuidado do la familia de mi Escribano; y no solo pereció toda, pero no se encontró ruina ni paraje donde se pudiese ocultar un tenedor.

El día 30 hasta cerca de las cuatro de la tarde me habia dedicado en Lima á desenterrar con mi familia los mas precisos muebles, que se pudieron aprovechar bien maltratados, como fue alguna ropa, ornamentos del oratorio, víveres de la despensa, que no eran escasos en la certidumbre de salir á campaña, y se aprovecharon bien en esta ocasión. A la expresada hora se dejó ver un negro, que mas parecía espíritu infernal, á caballo sobre las tapias arruinadas de mi huerta, donde se habían refugiado mas de doscientas personas de uno y otro sexo, y todas edades, y con formidables voces, y descompuestas acciones persuadía á que improvisamente se retirasen todos á los vecinos cerros, por que precipitadamente se venia entrando la mar sobre Lima. Estas voces y el Negro, dijeron muchos que se habían oído, y visto cuasi á la misma hora en parajes muy distantes. Conociendo yo la mentira y la maldad, no pude evitar el efecto, que fue horrible en la conturbación de aquellos miserables huéspedes, que se deshacían en lamentables gritos, en medio de los cuales trabajaba yo con voces y acciones, asegurándoles su amparo con toda mi familia, si no se movían hasta que les previniese lo que habían de hacer, á cuya oferta se suspendió la mayor parto, viendo que al mismo tiempo mandé aparejar como se pudo todas las bestias; y montando 4 caballo, hizo lo mismo el Padre Fray Cristóbal de Chávez, Misionero, y Religioso Franciscano, que me servía de Capellán, y salimos á examinar el origen, y detener al Negro que fue imposible; pero habiendo dejado, en quietud desengañados mis huéspedes y familia, partimos aceleradamente los dos al remedio del público, que corría como un golfo precipitado en remolinos por encontrados rumbos, sin haber remedia de poderlos detener; y solo las religiosas nos dieron notable ejemplo, pues siendo millares, franqueadas las clausuras, las quebrantaron pocas y ningunas de las Recoletas.

En medio de estas, confusiones nos encontró el Señor Virrey, que al mismo tiempo procuraba suspender este fluxo y desmentir su origen, pero en vano pretendía llamar las atenciones arrebatadas del pavor; que solo se dirigían á las exhortaciones espirituales de los que padecían la misma desgracia. Como el proceder contra esta practica se hacia escandaloso en un seglar, lo tomó á su cargo el padre Chávez, previniendo primero al Virrey la necesidad de esa diligencia que calificó el efecto, aunque tarde, pues ya habían salido infinitas gentes de la ciudad. Yo partí aceleradamente a los cerros dando voces, y persuadiendo que suspendiesen la fuga, con que pude detener gran parte, que me preguntaban si por mis ojos había visto la mar en sus términos, asegurabales que si, y tuvo piadoso efecto la mentira. No es posible explicar tan extraordinario espectáculo de miserables electos como á un tiempo se veían por toda la campaña, poblada de mujeres de todas edades y calidades; pues cuando algo mas recobradas sus potencias, se hallaban sin saber donde, ni conocerse unas á otras, en un total desamparo de los propios, alternando en las fatigas sus desmayos, cansadas y faltas del sustento cerca del anochecer. A esta hora me advirtieron que un hombre de mala traza puesto á Caballo llevaba á toda diligencia á una Religiosa á las ancas, y partí en su alcance, pero en vano, por que habiendo entrado la noche, perdido el camino, y cansado el caballo, me hallé sin saber adonde; y queriendo la casualidad que encontrase con un sujeto conocido y práctico, me sacó de este cuidado tomándolo á su cargo; y volviéndome á encaminar hacia Lima, hallé que todavía se mantenía mucha gente en los cerros; y continuándoles á persuadir que bajasen, lo ejecutaron muchas, pero una mujer joven, vacilando en su resolución, tomó una piedra, y empezó á maltratarse diciendo: que quería mas presto morir allí que verse amenazada cada instante de tan terribles sustos.

Pareciéndome imposible dejar concluida esta obra, cansado ya el caballo, pasé á dar cuenta á nuestro Virrey de todo lo sucedido y me retiré al rancho de mi casa. El día 31 continuaban los temblores muy frecuentes, pero en corto y breve movimiento, antecediendo los ruidos subterráneos, con que imaginaban abrirse la tierra, y crecían los clamores tendiendo los brazos en cruz aquellas infelices gentes, creían bastante estorbo á sumergirse, conque alternaban las excitaciones de los sacerdotes, públicas confesiones y absoluciones generales, sin acordarse de otro pasto que el espiritual, de que resultaba notable escaecimiento en los fatigados cuerpos. Este día se observaron muchos robos por la plebe de hombres más soeces, y aunque nuestro Virrey hizo castigar algunos no consiguió el escarmiento, abandonadas las casas más poderosas, y confundidos sus dueños. Cerca del anochecer me despacho el Virrey un decreto que empezaba diciendo; "Por cuanto me ha informado el Veedor General del Presidio del Callao como el Navío San Fermín de la Armada del Sur se halla varado, pasará el Jefe de Escuadra Marques de Ovando á reconocerle, y me informará de su estado á continuación de este". Como yo me hallaba sobradamente satisfecho no solo de haber cumplido con esta obligación, pero de los meritos referidos, me hirió fuertemente el corazón esta novedad, y mucho mas la casual de que se sirve S. E. sobre mandarme que informe á continuación; sin duda para dar cuenta al Rey, ó conste á la posteridad, nada conforme á mi honor y justicia.

Luego que amaneció el siguiente día pasé á cumplir con la obediencia, reconociendo el Navío; y no hallando, novedad, lo expresé por escrito en la conformidad que S. E, me mandó; declarando que el Veedor no había hecho mas que contestar lo mismo, que la mañana siguiente del día 28, inmediata al terremoto, informé á S. E. presentándole todos los marineros que se libraron dentro del mismo Navío y, con este golpe de ningún favor por el Señor Virrey á mi persona, bien considerado, nadie podrá extrañar que se ocultase mi nombre en las relaciones impresas de estas tragedias, mayormente no dándose a la estampa sin licencia del Superior Gobierno que lo permitió cuando convino manifestar la providencia de enviarme al expresado reconocimiento, dando bastante motivo para que á lo menos se supiese en Europa que yo vivía teniéndole suficiente, aunque con alguna dispensación para decir que merecía vivir. Estos días y los subsecuentes nos dedicamos el padre Chávez, y yo con particular atención en la asistencia, y visitas de las religiosas Recoletas Descalzas Mercedarias, verdadero santuario de ángeles, acampados en la pequeña huerta de su Monasterio, á el único amparo de algunos lienzos, y otros tejidos, despojos humildes que iban sacando de entre las ruinas con algunas tablas y tarimillas, que les servían de camas y preservaban en parte la humedad del terreno. Fatigaba sobre manera á estas pobrecitas, de día la necesidad de faenas, en que trabajaban y ejercicios de comunidad, que nunca interrumpieron; y como la noche la tenían en una continua inquietud con bastante recelo, por el motivo de ladrones y los robos que se experimentaron, á que se agregaban los continuos temblores, por los cuales temían que se las tragase por instantes la mar ó la tierra, se hallaban ya sin fuerza en una continua vigilia, manifestando á un tiempo en sus semblantes una alegría celestial, tan comunicable, dejaba admirados, faltándoles el velo que acostumbran.

Para precaverse de los expresados riesgos, luego que sentían el temblor, fuese de día ó de noche, usaban la inocente práctica de desamparar su abrigo, saliendo al descubierto, con los brazos tendidos, pidiendo misericordia y exponiéndose á la inclemencia de los tiempos muchas veces sin el motivo del temblor, porque la aprehensión de una sola bastaba para atemorizar á todas; cuyos sucesos, y otros de semejante compasión nos referían ellas, pidiendo consejo para conducirse en tales conflictos que ya no podían resistir, y tomando el padre Chávez á su cargo la parte espiritual, abismado de tanta virtud, dejó al mío el disuadirla de sus aprehensiones para el descanso corporal, y método mas conveniente á la propia conservación. Para estos fines les procuré asistir con algunas limosnas, solicitándoles otras; después les persuadía á que los terremotos eran causados de la misma naturaleza y precisos á perfeccionar sus maravillas, aunque en ellos favoreciese Dios á unas criaturas y castigaba á otras. Que después de aseguradas sus conciencias, pues comulgaban casi todos los días en la misma huerta donde habían erigido un pobre oratorio, ninguna de las hermanas, sintiendo ó figurándosele vecino el temblor, despertase á la que descamaba durmiendo, ni abandonase su cama, ni tarimilla saliendo al desabrigo con manifiesto riesgo de caer enfermas, haciéndose el cargo, de que cuando la tierra se abriese, debían esperar mas proporcionada resistencia en el ámbito y defensa de sus propias camas, que no en el de los brazos abiertos como imaginaban; y que lo mismo debían observar cuando en la realidad viesen que subían las aguas del mar, para salvarse en las tablas, que una vez perdidas, no se volverían á encontrar para el efecto.

Convencidas de estas razones, y observando los consejos, se vieron en pocos días tan recobradas sus fuerzas, que unos y otros dábamos muchas gracias á Dios; y ellas no cesaban de comunicar estos arbitrios [apoyados de la experiencia] á otras religiosas y personas conocidas, declarando el autor. Hizo la casualidad, que en uno de estos días se predicase una de las muchas misiones [donde concurrió el Virrey y Cabildo] por el M. R. P. Provincial de la observancia, apóstol verdadero, hijo de nuestro Seráfico Padre, quien admiró el concurso en actos de contrición, haciendo presente los inauditos horribles estragos y concluyó diciendo; que se admiraba como algunas personas de la primera distinción, se empeñaban en discurrir que el terremoto experimentado pudiera tener su origen de causas naturales. La reprehensión me venia tan ajustada, que no tuve duda, y así correspondió el sentimiento, recibiéndola como de padre, y disimulando como hijo, no convencido el entendimiento. Estaba el Señor Arenaza Inquisidor y Visitador General tan inmediato, que al retirarnos tuve la ocasión de acompañarle hacia nuestros ranchos; y celebrando el espíritu de nuestro Misionero, oyó el asunto antecedente, apoyando su razón, y haciéndome concebir nuevos escrúpulos, le declaré mi opinión, suplicando la examinase, que yo estaba pronto á desistir cuando se opusiese á lo que cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia Católica Romana. Conformóse y explíqueme á corta diferencia en los términos siguientes.

Habrá como veinte años, que observando la disolución continua de la tierra, veo por todas partes precipitarse los cuerpos graves, cuando cede su tenacidad, y no embaraza la del otro cuerpo inferior; y aunque llegando á la mar sucesivamente, se pierden de vista, considero que no cesa el curso hasta su mayor descanso, á que contribuye el movimiento de las aguas, de que resulta descubrirse nuevas superficies en lo elevado de la tierra, y aumentarse al mismo tiempo en el fondo de las mares, que va la diferencia de lo superior á lo ínfimo; de que infiero con la transgresión del tiempo una total reinversión en la tierra, y aun pueden ser muchas á proporción de la edad del mundo. Que procediendo así la naturaleza, presenta á la superficie [como madre criada para el servicio del hombre] cuanto precioso y útil engendra en sus entrañas; y volviendo á recibir en ellas lo que perdona la codicia, se ha servido la prudencia ha desperdiciado la ignorancia, y menospreciado el desinterés en nuestros tiempos con nuevas labores lo vuelve á presentar en lo sucesivo; bajo de cuyo sistema satisfacen á mi corto entendimiento cuantas novedades he observado en la esfera terráquea, inducido de mi genio, profesión náutica y cosmógrafo; y tal vez seducida la fantasía de algunos fenómenos, descendió á indagar el mundo interno. Parecióme que veía primero en la superficie mezcladas y dispersas todas las partículas minerales y terreas; que unas y otras movidas por el impulso de los elementos u otros agentes descendían con velocidad proporcionada á sus gravedades especificas; y que las mas sutiles iban penetrando y congregándose con distinción en su especie y gravedad en varios senos de la entrañas de la tierra, como en grandes almacenes, y dilatados ramos, purificándose de partes extrañas cada una de estas especies, hasta que por su incremento en esta disposición, se encuentran los ácidos, álcalis sulfúreos, betunosos y combustibles, inilamandose por sus ramos, y prendiendo en los almacenes, impelen la parte inmediata de la tierra, á proporción de la mas ó menos materia, v virtud elástica, continuando los temblores por intervalos, según la longitud de los ramos, y distancias de las guías inflamadas á sus respectivos almacenes con mas ó menos disputa ó purificada materia.

Por horrible que sea una tempestad de rayos y truenos, pocos de mediano juicio la consideran de sobrenatural. Yo con mucho menos concibo, que todos los cuerpos terrestres se están continuamente exhalando los espíritus más ó menos, á proporción de la propia substancia y la virtud agente que los altera. Estos ascienden envueltos en los cuerpos húmedos y térreos, hasta donde permite el compuesto de sus gravedades diversas y repugnando el lugar los cuerpos mas leves, desenvolviéndose de los graves con la agitación de los vientos, se precipitan los húmedos en lluvias y se inflaman los ígneos rompiendo la densidad de la atmósfera en truenos y rayos. Estos los causa la variedad de sus efectos, á proporción de la cualidad de materia disolvente de que abunda, de que infiero la semejanza que tienen los terremotos con las tempestades. Si la naturaleza procediese como puede en este ó semejante orden, seria fácil concebir sin confusión lo que vimos con horror en Lima y el Callao el 28 de Octubre, y muchos meses después en sucesivos temblores. Sobre la hipótesis antecedente formo la idea asentando, que los mayores almacenes inflamables y combustibles, dispuso la naturaleza situarlos para este efecto de tres á cuatro leguas del Callao, hacia el rumbo del Noroeste, en los senos de la tierra bajo de la mar; que inflamados estos impelieron la tierra colateral á un movimiento de trepidación tan violento y rápido como observamos: de modo, que como los impulsos necesitan de tiempos para la impresión de unos y otros cuerpos, no dio la tierra el que necesitaban los edificios para seguir su velocidad, y así observamos que padecieron mas sensiblemente cerca de los cimientos, lo que se verificó en varios claustros que vi en pié, degollados todos sus pilares de cal y ladrillo á una misma altura, por cima de sus pedestales, manteniendo prodigiosamente indemnes sus arcos y naves.

Sobre los expresados almacenes no pudo ser así el movimiento sino es de elevación, y así levantó la mar á tanta altura, que declararon los marineros del Navío San Fermín haber visto venir sobre ellos un monte de mar, mas alto que la Isla de San Lorenzo, que hace abrigo al puerto y es bien alta. Esto se comprobó en cierto modo, suspendiendo los Navíos, hasta que las anclas perdieron su presa y rompieron cables, y en cuyo modo pudieron pasar por encima de las murallas y edificios de la plaza, en medio de la cual quedó varado uno ellos, y los dos mayores á mas de tiro de cañón, distantes á la parte de Sureste, como llevo dicho, y se verá en el plano que tiré después que se hicieron los Consejos de Guerra. Dije que de tres á cuatro leguas distantes, esto es, de la perpendicular, que caía sobre el centro de la máquina inflamada, porque siendo a semejante distancia la mayor elevación, precipitadas las aguas por su misma gravedad y velocidad correspondientes á tanta altura sobre el Callao, tardaron en llegar como media hora después que se sintió el terremoto en tan formidable mole que suspendió los cañones de la batería de á veinticuatro, que estaban á fuera de la muralla á la flor del agua, arrojando algunos de la parte de adentro, y otros esparcidos por la plaza manifestaron este horrible golpe, como todo lo cual queda ya referido en su lugar; y después que la tierra se restituyó á supuesto, exhalada la materia causante, descendió la mar al suyo.

Finalmente digo, que si la materia se hubiese inflamado a la parte de tierra, entumeciéndose esta, no solo no hubiera venido la mar sobre ella, pero la hubiera obligado á retirar por algún tiempo. Si esto sucede en la conformidad que llevo dicho, ya se comprende como puede la naturaleza liquidar, separar, purificar, exhalar conglutinar y petrificar los cuerpos en sus oficinas, formando cavernas para hidrofilacios y fuentes y dejando fístulas para volcanes, con todas las demás consideraciones propias á la filosofía. Pareció al Señor Arenaza, que podían correr sin escrúpulo estas ideas, y al Señor Olavide curioso en la Física Matemática, que se debían dar al público y comunicar á las Academias. Empeño sobradamente arduo para mi corta explicación, mucha inquietud y mayor atención al desempeño de mis primeras obligaciones. Hallábase á este tiempo empleado en la Universidad y Cátedra de Matemáticas D. Luis Godín, uno de los mas hábiles sujetos de la Academia de Paris, destinado en Gefe á las observaciones de la equinoccial, hechas en la Provincia de Quito, quien después de concluidas pasó á Lima, donde obtuvo la expresada plaza con el beneplácito de S. M. Cristianísima, quien se dice que le continuó las asistencias. Su gran política y literatura le había granjeado el mayor concepto y estimación de los Señores Virreyes Manso y Villagarcia, y era el oráculo de sus decisiones en las incidencias matemáticas.

Sentí mucho que en Lima hubiese necesidad de un sujeto con tales circunstancias, habiendo florecido allí Peralta, natural del país; pero queriendo yo aprovecharme de esta ocasión y doctrina, no se proporcionó para mi, ni vi aprovechar ningún discípulo; pero no es dudable que cumpliría Godin con su primera obligación. Lo cierto es que yo deseaba oírle discurrir sobre mi sistema, y no lo pude conseguir, y rara vez su concurrencia, que le pedí una copia del puerto de Callao y se excuso diciendo que solo se había dedicado á lo suficiente para un mapa general. Ultimamente nos hallamos opuestos en los proyectos sobre la nueva fortificación en el presidio del Callao, y prevaleciendo el suyo en la estimación del Señor Virrey, con pluralidad de votos en Consejo de Guerra, me vi en la necesidad de decir con moderado despejo, que el catedrático no me excedía en la práctica de fortificación, ni podía competir en experiencias de mar y tierra sobre la sujeta materia; cuyos fines se dirigían á una y otra defensa, y supliqué se insertasen en los autos mi opinión y plano proyectado en el cual introduje los dos, el mío en papel volante y el del catedrático en fijo. Tratóse en el mismo Consejo de elegir sujeto á quien cometer la práctica y dirección de estas obras, faltando ingenieros y lo mismo de anticipar algunas baterías, sacar y trasportar la artillería soterrada, construir cureñas, cabrias y utensilios, faltando oficiales de artillería, capaces á estos fines.

Todos los Señores de la Junta prorrumpieron favoreciendo en su opinión mi corta suficiencia, y no habiendose dado por entendido el Señor Virrey, hice lo mismo. Muy pocos días después me llamó S. E. y tratando de poner á mi cargo la materia antecedente, con el titulo de Director General, lo admití, dando las gracias por el buen concepto que le merecía, y ofrecí poner de mi parte lo posible al desempeño, ciñéndome en todo y por todo á la obligación de sus órdenes, y me las dio para que inmediatamente pasase á residir á el Callao, que admití sin replica, aunque proponiendo los medios indispensables á mi subsistencia. Para inteligencia de esto se ha de advertir, que sin embargo de las providencias dadas para enterrar los cadáveres de los racionales en los mismos parajes donde se encontraban, como estos eran muchos, y el terreno de piedra zahorra anegadizo, hubo sus dificultades y menos aplicación que convenía. Los de las bestias que eran muchos, se hallaban enteramente descubiertos, y todos los muebles de fácil corrupción envueltos en las horruras del mar que con la humedad y estación ardiente fermentaban á un tiempo, atormentando con horror todos los sentidos y el espíritu en pavorosas aprehensiones; y aunque de día se frecuentaba con el favor de los vientos estos parajes en fuerza de la obediencia y la codicia nadie se atrevía de noche con la calma; y aun así fueron pocos los que se libraron de enfermedades mortales é improvisas. El primero de los medios que propuse fue que S.E. me diese tiempo á construir unas barracas de aquellos despojos de maderas para mi habitación, pues la haría en corto tiempo.

El segundo, que para este fin y el de mantenerme en adelante en aquel paraje inmediato á Lima, sin otra cocina, ni mesa que la mía para el recurso de oficiales y personas de distinción, se sirviese S. E. de señalarme alguna gratificación en el supuesto de haberme pocos días antes suprimido la que tenia de Comandante General de la Armada, y dejando á expensas del corto sueldo de 3.600$ con que S. E mismo había confesado ser imposible poder mantenerme en la mayor estrechez, y que lo informaría al Rey. No hubo bien entendido S E. estas proposiciones, que prorrumpiendo en cólera y faltando á su natural modestia, volvió las espaldas diciendo: Vaya US. con Dios, que no le necesito y diré al Rey los oficiales que tengo; US. se quede con el mismo, pues no la encuentra mi justicia y necesidad (le respondí) que yo diré á S. M. el Virrey qué tenemos, sin otra ceremonia me pasé á la Secretaria que estaba inmediata, donde encontrando con el Señor Secretario D. Diego de Esles, y al Asesor D. Juan de Arceles conté el suceso, y dije que me retiraba al runcho para no volver hasta que S. E. me llamase para las materias concernientes á el servicio de la Armada, y propias de mi empleo á que me tendría pronto con un plan de munición, hasta dar cuenta al Rey, y que asilo podían decir á S. E. Sin embargo de mis justos sentimientos no pude tolerar el abandono con que se trataban los efectos de la Aduana en el Callao, esparcidos por aquellas playas, y robados continuamente hasta del mismo Navío San Fermín, de que conocí varias piezas sirviendo á particulares.

Con este motivo, y evitar mayor escándalo, volvido mi retiro al tercer día á ver á S. E. informándole y como aquel cuidado correspondía principalmente inmediato al Veedor General, á que yo concurría, quedamos de acuerdo en que yo enviase dos hombres de mi satisfacción á el San Fermín, para que celasen estos robos, asistiéndoles de mi cuenta con sueldo y raciones mientras se reglaban las cosas. Hicelo así, y al mismo tiempo despaché otros dos carpinteros que me hiciesen una barraca para que mis oficiales y yo pudiésemos estar á cubierto en la ocasión que se pudiese ofrecer. En este tiempo dio el Virrey la orden á un Alférez de infantería con un piquete de soldados, para que celase aquella playa, y empezó por quitarme del San Fermín los dos hombres sin darme parte; y los carpinteros de la obra, en que los había puesto con el permiso de S. E. á quien me quejé inútilmente, pues no tuve la menor satisfacción, y así traté de abandonarlo todo, como así mismo la solicitud de mis alhajas que el mayordomo iba descubriendo en poder de algunos sujetos; y sobre ser algunos de importancia, me vi en la necesidad de mandar que suspendiese el cobrarlas, por excusarme de mayores embarazos en el poco respeto á mi persona. Pasaron algunos días en que ya se hacia tratable el comercio de la playa; y que el Señor Virrey dar principio a la nueva fortificación, lo ejecutó, nombrando al catedrático por Director sin obligarle á residir en el Callao como quería de mi.

Tampoco le señaló gratificación, pero le concedió privativamente la provisión de los víveres en una hostería ó bayuca que puso de su cuenta; y asegurábanle valdría de diez y seis á diez y ocho mil pesos anuales, y á poco tiempo se reconoció que era el monte de impiedad donde se vendían, compraban y empañaban muchas alhajas contra la voluntad de sus dueños, que las encontraron allí; y aun creo que sobre esto se formaron autos. D. José Amichi, Piloto, que fue de la Armada tuvo el encargo de la práctica y Superintendencia, aunque no con este titulo, y verdaderamente todo el peso de la obra, de que á poco tiempo enfermó de peligro; y lo mismo sucedió á D. Juan Manuel Ramiro, Ayudante del Regimiento de Portugal, á quien se le dio el titulo de Sargento mayor, y Superintendente sin sueldo ni gratificación, uno y otro bastantemente disgustados de ver sobre sí todo el trabajo, y los honores y utilidades en el Catedrático á expensas de tal cual visita. Así pasaban las cosas desde el 28 de Octubre hasta el 21 de Febrero de 1747, en que trataba yo de comprar á censo cinco fanegadas de tierra en un solar á media legua del Callao, donde levanté unas barracas y cercados para vivir con mi familia, y prevenir algún alojamiento á mis oficiales cerca del puerto, atendiendo á lo que fuese de mi obligación, y ciñéndose los gastos á el miserable sueldo, hasta que la providencia abriese otro camino, entreteniéndome en aquella corta labor y uso de economía. El expresado día llegaron pliegos de la Corte, y habiéndome llamado el Virrey pasé inmediatamente á ver á S. E. quien me mandó entrar, sin embargo de hallarse en junta de acuerdo, y entregándome un pliego en nombre del Rey, encontré una carta de aviso .en que su S. M. me mandaba pasar á suceder en la Presidencia, Gobierno y Capitanía General en la Islas Filipinas.

Inmediatamente le volví á manos de S. E., quien con este motivo, y darme la en hora buena, publicó la novedad, y de improviso se levantaron todos los Señores Oidores, dejándome silla inmediata á la izquierda del Virrey, sin que S. E. hiciese la menor demostración. Yo la hice de agradecido ó los Señores excusándome de tomar la silla, esperando alguna insinuación de S. E.; y no dándose por entendido, viendo que los Señores se mantenían en pié, resolví tomar el asiento que me habían cedido y después me dieron la en hora buena. Preguntóme S. E. el tiempo que necesitaba para prevenir mi marcha, y respondí que solo el que tardase S. E, en dar las providencias, pues de mi parte podía salir al siguiente día; y con esto me levanté, dando lugar á que continuasen los asuntos del acuerdo. Mandaba S. M. á el Virrey que para ejecutar este viaje con la mayor prontitud me diese todos los auxilios que pudiera; y entendiendo unos y otros que esto quería decir caudal, lo remití á el arbitrio de S. E., quien por un decreto mandó que se me diesen cuatro mil pesos bajo de fianza, ó depósito de la misma cantidad en Cajas Reales. Una y otra condición me dio bien que sentir, y á conocer que aun permanecería la impía aflicción sin embargo de la ausencia, pues era nías regular que declarada en acuerdo la voluntad del Rey, se diese cumplimiento sin tales gravámenes. Como quiera prevaleció la fianza en que al mismo tiempo se me obligó á pagar todos los derechos de extracción, así de esta cantidad, como la que resultó por el ajuste de mis sueldos, quintos de alguna plata labrada y venta de los despojos que me dejó el terremoto. Todo lo cual unido á los gastos de regalías y diligencias pasaron de mil pesos; y dando gracias á Dios por todo, salí de Lima cantando el Inexitu Israelis de Egipto, embarcándome en el puerto con mi oficial de órdenes D. Jayme de San Justo el 20 de Marzo después de entregar el mando de la Marina al Teniente de Navío D. Juan Baustista Bonet por ausencia de D. Agustín Alducin y en conformidad de Real orden. Hago mi derrota el día 21 del expresado mes de Marzo de 1747 en un Navichuelo marchante para el puerto de Acapulco, tomando el rumbo por el Sur de las Islas de los Galápagos; y habiendo atravesado la equinoccial, dimos con el Sol en el Zenit á los 25 días y un calor insoportable, sin poder observar, faltos de carne fresca y sobrados enfermos.

La cámara de mi alojamiento apenas permitía estar de rodillas, y la cubierta parecía de horno; el capitán con un furioso tabardillo tomó por alivio irse á morir al pié de la rueda del timón. La falta de carne fresca suplió la providencia de un prodigioso cardumen de pescado que nos rodeaba de día y de noche; y no encontrándose aparejo ni anzuelo en la embarcación, encontré el modo de hacer esto por mi mano de una porción de abajas de vela que pude hallar; de modo que se consiguieron los fines con notable alivio de los enfermos, que me costaban mayor cuidado, pues no había otro Médico Cirujano ni Boticario. A los cincuenta días descubrimos la tierra, y creyendo estar más de cien leguas á barlovento de Acapulco, arribamos á ella con la desgracia de no hallar quien la pudiese conocer. Corríamos á sotavento, buscando paraje donde desembarcar y tomar noticia, pero fue imposible en fuerza de mar tan brava con tiempo bonancible: y así estuvimos algunos días, hasta que el segundo Capitán y mi marinero á la desesperada se arrojaron al agua, y salieron á la playa con el auxilio de algunos naturales, pero bien maltratados, de forma que no pudieron volver á bordo, pero desde tierra nos dieron á entender que nos hallábamos á sotavento de Acapulco, y á barlovento de Guatulco, cuyo puerto resolvimos buscar para tomar algún refresco, pues nos faltó el pescado desde el mismo instante que vimos la tierra. Muerto el primer Capitán, ausente el segundo, y loco el tercero [quien después pereció arrojándose á el mar],quedé con don Jayme de San Justo, y el Piloto nada práctico, hecho cargo del Gobierno buscando el expresado puerto por los derroteros que yo llevaba, y la lancha por la proa.

Sin embargo de estas precauciones, y un incesante desvelos nos propasamos una legua, queriendo la fortuna que dudando sobre la última seña, di fondo, y mandé al Piloto que con la lancha volviese á reconocer la entrada del puerto, que llaman Escondido que con razón tiene este nombre: y habiendo entrado en él, y encontrándole des-, poblado no pudiendo los marineros tolerar tantas incomodidades, se tiraron desordenadamente esparcidos por los montes en busca de alguna población, dejando solo al piloto, que no pudo volver á informarme, y me tuvo en la mayor confusión hasta el tercer día que habiendo picado el viento un poco del terral pude levarme con la familia y algunos pasajeros, y fui en busca de la lancha con el Navío, y habiéndola descubierto, se nos cambió el viento y pude entrar, aunque lleno de recelo por falta de práctica. y dimos fondo en el expresado puerto de Guatulco á los cincuenta y ocho días de navegación, y á los cuarenta y cinco que había partido de Acapulco el Galeón de Filipinas, desembarcamos sobre la arena, disponiendo levantar unas chozas, y como nos hallábamos 16, grados de latitud, y nuestro rumbo declinaba con el sol, no se apartó del Zenit y dando en la arena, se hizo mas intolerable con la desgracia de no haber encontrado agua dulce, hasta que á vivas diligencias dimos con un pozo antiguo y ciego á dos millas de distancia, que fue nuestro total refrigerio. A los tres días empezaron á dejarse ver algunos Indios y Marineros que habían dado con el pueblo nueve leguas de distancia. y nos socorrieron bien a propósito, con algún maíz (del que nos hicieron tortillas) y carne de vaca. Estuvimos nueve días sin poder salir de aquel purgatorio, en los cuales me dediqué á sacar el plano de aquel puerto, pero luego que nos llegaron los auxilios del alcalde mayor y del Señor Obispo de Antequera, en unas ruines bestias tomamos el camino de Oaxaca, que dista más de sesenta leguas, casi inaccesible de ásperas montañas poco frecuentado.

Mi familia fatigada y enferma se fue quedando por los tránsitos con el equipaje, y algunos caldos que traían para la navegación hasta Manilla, con otros géneros que dejaron corrompidos en el camino. Entré en México el 23 de Julio, y mi mayordomo no pudo hasta Octubre. Los tránsitos se hacían regularmente á pié y á caballo, desde las diez del día hasta las dos de la tarde por que antes no se podían juntar los indios, y después no lo permitían los furiosos aguaceros. Los gastos fueron extraordinarios á contemplación de los naturales, y el equipaje padeció notable avería. Basta decir que hubo transito y mula que se tiro al suelo sesenta veces, sin traer mas de un tercio con cinco ó seis arrobas. Esta es en compendio la historia de un año en los sucesos mas notables con que pretendo satisfacer tu curiosidad; y así la hubiera tomado desde el año 36 que te di el último abrazo en la Habana, no te harían menos armonía por otros términos que formarían volumen, y en parte he suspendido con política elección. Yo estoy cada día mas admirado de ver lo que resiste la débil materia de los hombres cuando Dios lo permite; pues me mantengo en robusta salud, y solo he perdido gran parte de la vista á corta distancia, aunque leo y escribo sin anteojos; y llevo arruinada casi toda la dentadura, a que contribuyó honrosamente el S. Virrey habiéndome sorprendido con el cargo de la Presidencia de Chile en que le sucedí, llevándose mal a propósito cuantos me podían instruir en la práctica del despacho: sin embargo tuve á mi favor la mano poderosa, como se puede ver por la resulta de los edictos que hice publicar, para que pidiesen de agravios, luego que entregué el bastón al Señor Rosas, viendo que no se trataba de mi residencia, sobre haber gobernado cerca de un año, sin mas interés, ni sueldo que el de marina, como es notorio y confiesan todos.

Esto es cuanto ocurre, y cuanto tengo que comunicarte deseando que Nuestro Señor. Tu fiel amigo que te estima, y darte un abrazo desea - El Marqués de Ovando.

Terremotos
Colección de las Relaciones de los más Notables que ha Sufrido esta Capital y que la han Arruinado.
Va precedida del plano de lo que fue el Puerto del Callao antes que el mar lo inundase en 1746 y de un Reloj Astronómico de Temblores.

Colectadas y Arregladas por el Coronel de Caballería de Ejercito D. Manuel de Odriozola.
Lima - 1863
Tipografía de Aurelio Alfaro. Calle 6ª de la Unión (antes Baquíjano) Nº 317. Páginas Nº 47 al 69.

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